La mayoría de la gente asocia Cádiz con el turismo de sol y playa. Pero lo cierto es que la sierra de la provincia situada más al sur de la España esconde numerosas sorpresas para aquellos que deciden desmarcarse del rebaño turista y dejarse guiar por su deseo de vivir nuevas experiencias. Los llamados Pueblos Blancos señalan un recorrido emocionante por carreteras serpenteantes en el que no faltan los paisajes sobrecogedores, las tradiciones curiosas y los restos arqueológicos.
Arcos de la Frontera, probablemente, uno de los pueblos más bonitos de la provincia. Este municipio, declarado Monumento Histórico-Artístico, se alza sobre una escarpada peña de 96 metros de altura desde la que es posible tener unas vistas privilegiadas de las huertas y de las reses bravas que ocupan los campos que lo rodean. La disposición de las casas bajas y encaladas que delimitan sus calles estrechas e intrigantes es herencia de su pasado andalusí.
A pocos kilómetros de la localidad gaditana, se encuentra la Bodega Huerta Alcalá, un viñedo en el que se puede comprobar que, aunque los blancos se lleven la fama, en Cádiz también se producen excelentes tintos, como el Barbazul, un vino joven y sabroso.
El Bosque, un pequeño y tranquilo pueblo rodeado de árboles y manantiales. Un plan más que recomendable es seguir el curso del Río Majaceite hasta el vecino pueblo de Benahoma –que está a una hora y media a pie- y a la vuelta reponer fuerzas en el Mesón el Tabanco y disfrutar de una trucha con jamón, uno de los platos típicos de la zona que los propios camareros te trinchan en la mesa.
Quien piense que el de las gaitas es un tema limitado al norte de España, que piense otra vez. Los vecinos de El Gastor han mantenido viva una tradición que se remonta a la época de los íberos, cuando los pastores la empleaban por el día para comunicarse entre ellos y, por la noche, para entretenerse. Cada año, coincidiendo con el Día del Corpus, se celebra el Certamen de Gaita Gastoreña, en las que los vecinos del pueblo demuestran su destreza tocando un instrumento que puede estar fabricado con un cuerno de toro, de vaca o de cabra.
Arropado por alcornoques, encinas, quejigos, algarrobos y pinsapos se encuentra Grazalema, el pueblo en el que más llueve de toda España. Esta localidad gaditana, que se eleva 1.500 metros sobre el nivel del mar, es ideal para desconectar de todo aquello que se encuentra más allá de sus montañas. El pueblo cuenta con nada menos que cuatro miradores -de los Asomaderos, El Tajo, Los Peñascos y Villa Turística- desde los que es posible observar con calma toda la majestuosidad de la Sierra de Grazalema.
El medio centenar de los habitantes de Villaluenga del Rosario custodian dos valiosos tesoros. El primero de ellos es gastronómico: el queso payoyo, un queso de oveja de sabor fuerte que toma muchos de sus matices del salvado de trigo en el que se envuelve en su fase final de maduración. Esta variedad, que toma su nombre de las cabras de las que se extrae la leche para su elaboración, fue elegida como uno de los mejores del mundo en los World Cheese Awards entregados en Londres en 2014. El segundo, tiene que ver con el turismo activo y con las 80 cuevas y simas –La del Cacao, la de los Republicanos y la de Villaluenga- que hacen de este pueblo un destino obligado para los amantes de la espeleología.
La calidad de las pieles de Ubrique ha hecho que las grandes marcas de lujo italianas, francesas y asiáticas fabriquen en este pequeño pueblo de la serranía gaditana sus bolsos. Además de para visitar su Museo de la Piel y hacerse con algún suvenir, merece la pena recorrer sus calles empedradas y comprobar cómo las piedras se abren paso entre las casas.
En las inmediaciones de este pueblo situado en la división entre la sierra de Grazalema y el Parque Natural de Los Alcornocales, se encuentra el yacimiento arqueológico de la ciudad romana de Ocuri, que cuenta con un mausoleo, una muralla ciclópea y una termas en excelente estado de conservación.
Desde la distancia, Zahara de la Sierra se vislumbra como un pueblo sacado de un relato de aventuras, con un castillo del S.XIII en su punto más alto y, a sus pies, un extenso embalse en el que se reflejan los montes verdes que lo rodean. El 15 de junio su encanto se acentúa debido a todas las flores con las que engalanan sus calles para celebrar el Corpus Christi, una fiesta que ha sido declarada de Interés Turístico Nacional. Ojo, que este pueblo serrano tiene playa, una artificial, eso sí, pero muy cuidada y rodeada de huertos y árboles frutales.
Setenil de las Bodegas, la construcción de sus casas se ha adaptado a la orografía del terreno sobre el que se asienta. Los huecos excavados en la piedra por el río Trejo fueron aprovechados por sus primeros moradores para construir sus casas al abrigo de la roca a modo de semicuevas. Hay que sentarse en cualquiera de las terrazas de las calles Cuevas de Sombra y Cuevas de Sol a disfrutar de alguno de los platos típicos de la zona (lomo en manteca, unas migas setenileñas, una sopa cortijera…) y luego bajarlo con un paseo por este curioso pueblo repleto de subidas y bajadas.